El joven Arturo se había despedido de la Isla de Tenerife para siempre, pero la muerte de su padre, el conde Aguablanca, le obliga a regresar para responsabilizarse del patrimonio familiar, al menos durante un tiempo. De esta forma, en sustitución de su padre, se convierte en socio de la Imprenta Benícez, fundada por don Jacinto Benícez, hombre relevante de la ciudad que ha creado varios negocios con la colaboración de sus hijos, entre los que se halla Bibiana, una joven inquieta y rebelde que participa con entusiasmo en la imprenta. Por delante le esperan unos meses inquietantes tratando de conocer el destino que sufrió su madre, pero lo que halla convierte su vida en una mentira. Un mosaico de tres familias, los Santamar, los Benícez y los Castelón —escondidas bajo desgracias y maltratos remotos— se convierte en un juego de espejos entre dos generaciones que heredan secretos, heridas y venganzas en torno a un incendio y a una sepultura.
