Alberto Pizarro arma el poema desde la simulación, es decir, desde el
espacio en el que nadie es consciente de su labor creadora. Imagino
cómo sus versos llegan a él desde la conversación amena, mientras
su yo poético bulle en la mirada pícara que acompaña a sus palabras
y a sus gestos. Él, que desde ese comienzo, habla de mediocridad,
juega al engaño de escarbar hasta encontrar la visión de la luz, de la
playa, del mar de su niñez. Alberto Pizarro pertenece a la estirpe de
los poetas silenciosos, a la estirpe de los poetas.
—Del prólogo de Coriolano González Montañez—
